La falta de acceso a la virtualidad acentuó la brecha educativa en sectores empobrecidos

0
267

La imposibilidad de asistir en las aulas por la Pandemia ha causado un impacto pedagógico que todavía no se ha dimensionado, plantea como inquietud el investigador en ciencias de la educación de Conicet, Santiago Resett. Y en diálogo con AIM, el estudioso señala las consecuencias negativas pueden haber profundizados las desigualdades en niñas y niños en condiciones de riesgo por pobreza.

Con todo casi todo el 2020 bajo modalidad virtual y el inicio a los tumbos del ciclo lectivo 2021 con encuentros presenciales bajo la modalidad de burbujas, “¿Cómo será actualmente el nivel educativo y los recursos cognitivos y emocionales de los alumnos?”, se pregunta en un intercambio reflexivo con esta Agencia el analista del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas de Argentina (Conicet), doctor en Psicología y licenciado en Ciencias de la Educación, Santiago Resett. “Muchos investigadores y especialistas han señalado que las clases virtuales, tanto para niños y adolescentes, son un precario sustituto de lo que debe ser la enseñanza. La gran pregunta es: ¿Un niño de 6 años puede aprender simplemente viendo la clase de la seño? ¿Puede aprender a sumar pequeñas cantidades con las tareas que le da el docente y con la ayuda? Como especialista en educación creo que no. Una cosa es tener clases presenciales y otra mirar cómo la docente suma o resta. Por otra parte, uno va al colegio no solamente para prender conocimiento, sino también para aumentar las habilidades sociales al interactuar y jugar con sus pares”, discierne el consultado respecto a cómo se ha trastocado la modalidad educativa.

Resett afirma que también “la escuela es vital para aprender normas y reglas de convivencia para crear algunos hábitos: sentarse en el mismo lugar, respetar al otro, saber que existen los turnos de habla, etcétera. El problema es qué sucedió si nuestros alumnos durante casi un año y medio no tuvieron estos espacios para aprender estas habilidades que son básicas para ser una mejor persona y ciudadano. El papel que tiene la educación para el desarrollo psicosocial de los niños es vital. Por ello, no fueron extraños los retrocesos sociales y cognitivos que presentaron muchos niños en tiempo de pandemia: conductas más infantiles, crisis de llanto, orinarse en la cama, entre otros. Este daño que se les hizo a nuestros niños es mucho más serio en los alumnos que vienen de sectores en riesgo por pobreza ya que, en muchas ocasiones, no tienen padres o madres que puedan asistirlos en las tareas que los docentes les encargan o tienen una pc o computadora para imprimir las actividades. ¿Cuáles serán los daños para aquellos alumnos que nunca pudieron conectarse por no disponer de internet, PC o un celular o que directamente dejaron la escuela? Se estima que un millón y medio de alumnos dejaron la escuela por este motivo. Si ya con la presencialidad existía una brecha educativa entre los alumnos de escuelas con más y menos recursos, ¿Cómo será la brecha ahora entre los alumnos que nunca fueron a la escuela o que tuvieron algunas pocas clases presenciales versus quienes tuvieron una mayor continuidad en sus estudios y contaban con recursos materiales, económicos y sociales por parte de sus padres para continuarse educando? La respuesta se cae de madura. Aunque nunca sabremos cuál fue la magnitud real del daño que se le hicieron a los niños”.

Experiencias

El investigador de Conicet y la Universidad Argentina de la Empresa, señala que ya hay estudios para analizar las brechas educativas. Entre los años 2005 y 2008 en Entre Ríos se llevó a cabo el proyecto “Sin afecto no se aprende ni se crece”. Un programa para reforzar los recursos afectivos, cognitivos y lingüísticos en niños en riesgo por pobreza extrema que fue subsidiado por el Conicet y la Provincia. Este proyecto fue dirigido por la doctora Richaud de Minzi, exinvestigadora del Conicet y participaron escuelas primarias de nivel de riesgo por pobreza. También se llevó a cabo en la provincia de Buenos Aires en el barrio La Cava. Entre otras cuestiones, esta investigación arrojó como resultados que existían importantes brechas educativas, afectivas, cognitivas y lingüísticas entre los niños que asistían a escuelas de riesgo por pobreza y sin dichas condiciones. Se observaron importantes diferencias en el nivel de lectura, escritura, conciencia fonológica, funciones cognitivas y vínculos de apegos entre los niños y sus progenitores. El programa era aplicado ya que intentaba mejorar mediante intervenciones científicas la situación de estos niños y niñas con profesionales; psicólogos, psicopedagogos, trabajadores sociales, etcétera. “Lo que se detectó es que, si bien a través de los años los recursos cognitivos y afectivos de los niños aumentaban a raíz del programa, nunca alcanzaban el nivel de los alumnos de las escuelas sin riesgo por pobreza. Además del bajo nivel educativo, se percibían en muchos hogares de estos niños situaciones de abuso físicos por parte de sus padres o madres, negligencia, no contar con agua potable, desnutrición, presentar problemas respiratorios porque vivían al lado de un volcadero que todos los días encendían fuego para quemar la basura y buscar metales para vender, etc,”, comentó el investigador, que formó parte del equipo de trabajo de este proyecto.

“Había niños de escuelas marginales que no sabían leer, que ingresaban a la escuela y nunca habían tomado una hoja de papel ni visto un lápiz, que desconocían cuándo era su cumpleaños porque nunca en su casa que se lo habían festejado. Si alguien alguna vez me pregunta cuál es el valor de la educación, siempre digo la educación es todo: esta te prepara para la vida, para leer, para escribir, para leer un mapa, para escribir un currículo, entre otras cuestiones. La educación es todo y el no ir implica la nada, más en estos alumnos de barrios pobres o con bajos recursos. Un día estaba en una escuela de riesgo por pobreza en el barrio San Agustín observando las clases en un aula y entraron dos niños descalzos gritando y haciendo alboroto que no eran alumnos del curso. Muy educadamente la docente les solicitó que salieran del aula y vayan a jugar al patio. Para mi asombro, en el recreo la docente me confiesa que eran ex alumnos que habían quedados libres hacía unos meses por sus continuas inasistencias debido a su caótica vida, pero casi todos los días venían a la escuela no solo a desayunar sino porque no tenían otra cosa que hacer y en sus hogares, muchas veces, eran maltratado u obligados a ir al centro de la ciudad a pedir limosna. Según las propias palabras de la docente: se sentían más seguros y protegidos acá que en sus casas”, comentó como experiencia para trazar un panorama cercano.

Y continuó: “Cabe aclarar que la brecha que existía no solamente se explicaba por las características de los alumnos, sino también por las pobres condiciones de las escuelas, como falta de recursos materiales, y docentes que sostenían no contar con estrategias didácticas ni apoyo para mejorar el desempeño escolar. Además, de no saber cómo resolver otras problemáticas que presentaban los alumnos: situaciones de bullying o agresividad entre los niños, indisciplina constante, entre otras cuestiones”.

Para finalizar, y en comparación con ese escenario y el que se atraviesa, Resett contrastó: “Por lo menos en aquellos años 2005-2008 los niños que abandonaban podían seguir yendo la escuela, aunque sea ‘de paseo’”.