El Presidente se siente apoyado por Horacio Rodríguez Larreta y Axel Kicillof, pero asume las distintas realidades económicas de Buenos Aires y la Capital Federal y queda insomne buscando planes de contingencia para resolver ciertas situaciones de tensión que considera posibles o inevitables.
El pico de contagio y de muertes es una certeza en Olivos. Sólo falta una fecha que funcione como desenlace trágico. Y esa secuencia temporal es distinta acorde al distrito. Puede ser a mediados de julio en la Provincia, y se aguarda por el 16 de agosto en la Ciudad de Buenos Aires. Esto implica que la cuarentena restrictiva puede extenderse hacia el fin del invierno, un lapso que transformaría al AMBA en una caldera social con mecha corta.
Alberto Fernández saturará de fuerzas de seguridad en los puntos de contacto más importantes entre Buenos Aires y la Capital Federal. Y esas fuerzas de control tienen la orden directa de evitar la represión bajo toda circunstancia. El jefe de Estado, Kicillof y Rodríguez Larreta consideran probable que haya un transito fluido en el AMBA, al margen de los dispositivos de seguridad y las explicaciones formales que se darán hoy en un mensaje grabado.
Miles de bonaerenses y porteños se moverán durante la cuarentena estricta para changear o trabajar puertas adentro en actividades que se ordenará su cese. Y ese movimiento no se ejecutará en transportes públicos que estarán monitoreados por las fuerzas de seguridad de la Nación, la Provincia o la Ciudad de Buenos Aires.
En moto, bicicleta, auto o caminando, frente a la crisis que aprieta, la amenaza de la detención funcionará poco para contener a trabajadores no esenciales que avanzaran sobre el conurbano y la Capital Federal para trabajar y lograr un posible ingreso económico.
Alberto Fernández considera lógico que esto suceda, y se frustrará cuando ocurra, pero su decisión institucional es inamovible: no hay orden de reprimir, y se castigará sin dudar a las fuerzas públicas que violen la instrucción presidencial. A la vista aparece Sergio Berni, ministro de Seguridad de Kicillof, que es mencionado con escaso afecto político en Olivos.
El jefe de Estado teme por los grados de desobediencia civil y también está preocupado por la vocación de los intendentes del conurbano para cumplir con responsabilidad la cuarentena restrictiva. Alberto Fernandez conoce la lógica de poder de los intendentes, sabe de situaciones anómalas en muchísimos barrios bonaerenses -manteros, peluquerías y bares que trabajan pre pandemia- y ya aprendió como funciona la sinápsis política de Kicillof.
Alberto Fernández pretende bloquear una posible rebelión de intendentes peronistas contra Kicillof y ha tejido una red de contención para aplacar las diferencias que habrán durante toda la cuarentena selectiva. En Olivos consideran difícil que un barón paternalista del conurbano cierre los negocios de su área de influencia -por razones económicas y políticas-, y el Presidente está preparado para mediar entre ambas partes y aplicar su poder institucional si hiciera falta.
Al margen de su preocupación institucional respecto a las fuerzas de seguridad y las peculiares relaciones políticas que mantiene Kicillof con los intendentes justicialistas, Alberto Fernández queda desvelado cuando saca las cuentas de las camas disponibles para terapia intensiva versus el pico de la pandemia que está al llegar.
El Presidente recibe un parte diario con la ocupación de las Unidades de Terapia Intensiva (UTI), y en estos días de invierno ya hay pocas dudas en Olivos acerca de la imposibilidad de satisfacer hacia adelante la demanda de camas para los contagiados que corren peligro de muerte.
El Triaje -la decisión ética de resolver quien usa la UTI para vivir- pone en una situación de angustia y malhumor a Alberto Fernández. Y si decidió aplicar la cuarentena estricta, fue para atenuar la cantidad de casos de Triaje que se aguardan en las próximas tres semanas.
La posible crisis del Triaje no sólo será un acontecimiento trágico de presencia inevitable en la Provincia de Buenos Aires, es muy probable que la Capital Federal también sufra esta crisis sanitaria que pone a prueba la vocación y la ética personal de los médicos que están en la primera línea de fuego.
Rodríguez Larreta ya sabe que enfrentará sus propios casos graves de COVID-19, a los que deberá sumar la llegada de los pacientes del conurbano que el sistema de salud de Buenos Aires no podrá absorber. “Esta preocupado, muy preocupado”, comentó a Infobae un miembro del Gabinete porteño cuando se le preguntó sobre el estado de ánimo del jefe de Gobierno.
Alberto Fernández siempre rescata la sintonía política que logró junto a Kicillof y Rodríguez Larreta. El Presidente considera que esta armonía institucional -al margen de los roles de cada uno- fue clave para enfrentar una crisis sanitaria sin antecedentes a nivel global.
El jefe de Estado hace una apuesta por la continuidad de esta troika política, pero reconoce en la intimidad de Olivos que su funcionamiento se pondrá a prueba en los próximos días. Buenos Aires y Capital Federal tienen realidades asimétricas, y por contraste y sin mala voluntad, Kicillof puede aparecer opaco frente a la fortaleza estructural y económica que administra Rodríguez Larreta.
Alberto Fernández y el jefe de Gobierno porteño hablaron de esta situación que se completa con los embates perpetuos que ejecuta Cristina Fernández de Kirchner y sus satélites contra Mauricio Macri y sus exministros y secretarios. Rodríguez Larreta entiende la situación, y lo mismo sucede con Kicillof, que juega alineado con Olivos.
Del 1 al 17 de julio, Alberto Fernández, Kicillof y Rodríguez Larreta pondrán en juego su capacidad institucional y su futuro político. Será un punto de inflexión, un cruce de caminos que los marcará para siempre. Tienen trayectorias distintas, y diferentes perspectivas de la Argentina y el mundo. Pero los tres ya pasan por lo mismo: duermen poco, viven en tensión y piden en secreto que todo termine de una vez.