Un experto en virología explica por qué el cuerpo colabora con el Covid-19. Además, los riesgos de que mute y de que se dé otro salto zoonótico viral.
CCU CGG CGG GCA no es una frase salida de la vanguardia dadaísta sino un fragmento clave del extenso genoma de los coronavirus, compuesto, en realidad, por unos 30.000 caracteres. Estas 12 letras, combinadas con un par de rasgos específicos de las células humanas, son parte importante de la llave a través de la cual el virus establece cierta “complicidad” con nuestro organismo.
Comprender esa unión (asemejable al instante en que las gotas de aceite en el agua de los fideos se unen y forman una mancha oleosa más grande) abre varios interrogantes: en primer lugar, ¿por qué nos es tan difícil evitar esa indeseable fusión microscópica? Y, a la vez, ¿cuán expuestos estamos a una versión más virulenta de ese mismo proceso, considerando las mutaciones que genera, a cada rato, el virus del Covid-19?
Esto por no hablar de la que podría ser la pesadillesca parte II de esta película: una segunda pandemia encarnada en algún virus surgido de otro salto zoonótico, posiblemente una influenza aviar, aseguran los expertos. Volveremos sobre este punto.
Ahora bien, ¿cómo es que las células humanas son “cómplices” del Covid-19? Jorge Quarleri, investigador del Instituto de Investigaciones Biomédicas en Retrovirus y Sida (INBIRS), dependiente de la UBA-CONICET, se tomó un rato para explicar con palabras accesibles lo que en la realidad son procesos complejísimos. Todo parte de lo que los virólogos grafican como una “cerradura” presente en algunas de nuestras células, y una “llave” en manos de este intruso, el coronavirus.
En India, un grafiti urbano alude a la virulencia del coronavirus, en el contexto de la pandemia. EFE/EPA/SANJEEV GUPTA
Por cierto, adelantemos que una de las mutaciones que se baraja por estos días (la D614G) podría hacer que esa suerte de válvula viral se transforme en una versátil “llave maestra”. Volveremos a esto también.
Perfecto match
En Tinder, cuando dos personas se gustan salta el cartel de “match” (coincidencia), pero los procesos biológicos del coronavirus son mucho menos apasionados. De hecho, los protagonistas de esta historia son una vital célula humana y un tedioso patógeno que ni siquiera puede considerarse ser vivo.
“No es un ser vivo porque no es autosuficiente en su perpetuación. Es lo que se llama un ‘parásito genético intracelular obligado‘. Es un parásito, pues vive a expensas nuestras y nos causa daño, pero en este caso hablamos de parasitismo genético porque las órdenes que le da la célula que infecta van en forma de genoma. Y el virus está obligado a hospedarse dentro de la célula, ya que está desprovisto de la maquinaria que necesita para multiplicarse”, arrancó Quarleri.
Volviendo a la “cerradura”, el experto aclaró que “la llave es una proteína glicosilada o glicoproteína”, aunque en ciertos momentos de la charla la llamó, igualmente, “ligando” y “espícula S”.
Y un paréntesis aclaratorio: las espículas son esos “pinches” de las ilustraciones más amables del Covid, conformando una suerte de “corona”. La “S” no es un letra menor: “En el futuro, los virus que podrían complicarnos podrían ser influenzas como la H5N1, la H7N7, la H9N3. La ‘H’ del virus influenza (responsable de la gripe) es análoga a la espícula ‘S’ del coronavirus”.
En cuanto al primer instante de la infección, Quarleri aclaró que “por un lado está el receptor (cerradura) que llamamos ACE2 (enzima convertidora de la angiotensina 2), presente en algunas de nuestras células, y por el otro, el virus con su ‘espícula S’, que a su vez está dividida en dos dominios”.
La imagen de personas ayudándose a colocar elementos de protección contra el Covid-19 es compartida. En este caso, fue tomada en Turquía. EFE/EPA/ERDEM SAHIN
Imaginemos esos “dominios” como una mano, por un lado, y el correspondiente brazo, por otro: “Cuando la ‘mano’ toca la célula humana en el ACE2, se necesita que el resto del ‘brazo’ se pliegue a nivel del codo para que el virus fusione su parte más externa con la célula (como si se unieran dos gotas de aceite), promoviendo la entrada del virus a la célula. Ese cambio de forma en la ‘llave’ es imprescindible para la fusión y también irreversible”, subrayó, y sumó: “Y además es irremediable: ahí comienza el proceso de replicación viral”.
Doce letras
“¿Qué aprendimos de SARS-CoV2?”, se preguntó Quarleri: “Su genoma es muy grande: tiene cerca de 30.000 nucleótidos, pero se advierte que en un segmento de ese ácido nucleico responsable de codificar la espícula S, hay una diferencia, un agregado distintivo, una inserción de 12 nucleótidos en un sector bastante crítico porque ahí se dividen esos dos dominios: la parte responsable de hacer contacto con el receptor y aquella responsable de la fusión con la membrana citoplasmática celular”.
Ahora bien, ¿quién es responsable de cambiar la forma de la espícula S del virus? Son las proteasas celulares humanas, “una especie de tijera o serrucho presente en nuestras células”, dijo el científico. ¿O sea que nosotros ayudamos al virus a que nos infecte? “De alguna manera, sí”, aclaró.
Para entenderlo, es útil imaginar a la espícula S como una larga y rígida madera que, en tal estado de rigidez, no puede cumplir sus funciones. Para flexibilizarse, de algún modo “usurpa esos serruchos” (proteasas) presentes en la célula. A esta acción Quarleri la llama “clivar”.
Pero el clivado no ocurre en cualquier lado sino en sitios específicos de la proteína, que son reconocidos por cada proteasa. Todo sería “redondo” para los virus si todas las células tuvieran “serruchos” a su medida. Por suerte no suele ser así, ya que muchas no tienen las proteasas necesarias.
Justamente, la cuestión distintiva de este coronavirus (a diferencia del SARS1) es esa original inserción de 12 letras (nucleótidos) que marcan el lugar donde las proteasas deberán hacer el corte. Es que justo, como si fuera “a medida del coronavirus”, tenemos unas proteasas llamadas furina en el interior de buena parte de nuestras células. La furina “lee” adecuadamente ese pedacito del genoma.
“Así, con esos 12 nucleótidos, el virus genera cuatro aminoácidos pasibles de la acción de la furina, lo que le da capacidad de infectar muchísimas más células que otros virus”, apuntó el experto. Ya dentro de la célula, el virus “tendrá hijos”, diría uno para nombrar lo que en realidad es una proliferación despojada de vida. Luego, esa progenie saldrá de la célula e infectará a otras.
El virólogo detalló que “algunos investigadores postulan que esas 12 letras podrían haber sido adquiridas desde un coronavirus de los pangolines. Se cree que el pangolín coinfectado con coronavirus de murciélagos y con coronavirus de su propia especie, actuó como una coctelera de genes, recombinando el genoma. Y así se generó el SARS-CoV-2”.
D614G
¿Es una opción inhibir nuestras proteasas para que no “cliven” las espículas S? Quarleri explicó que “la furina no es un blanco al que podamos atacar”.
En Tailandia, un investigador trabaja en el desarollo de una vacuna contra el nuevo coronavirus. EFE/EPA/RUNGROJ YONGRIT
Pero hay que marcar que así como algunas personas se infectan y otras no, y un 80% de los contagiados por Covid-19 ni siquiera manifiesta síntomas, “la furina tiene polimorfismos genéticos; es decir que no todas las personas las expresan en los mismos niveles, de modo que habrá quienes hagan clivaje con mayor eficiencia y otros con menor”.
Pensando en tratamientos y vacunas, sería alentador que se comprenda cada vez más la genética del patógeno, de no ser por el escenario cambiante al que nos enfrentamos. “Ojo, no estamos hablando de cepas. Hasta ahora vimos una sola cepa del coronavirus. Lo que tenemos son variantes, es decir, mutaciones”, corrigió Quarleri.
Una variante o mutación sobre la que se estuvo alertando a raíz de un paper publicado por expertos del laboratorio estadounidense de Los Álamos es la D614G. Los expertos aseguran que, de todas los cambios vistos hasta ahora, este se estaría diseminando ampliamente. Y preocupa por su potencial virulencia.
El coronavirus y sus conocidas “espículas S”, que le dan forma de corona. /Centers for Disease Control and Prevention / AFP
Pero Quarleri fue cauteloso: “Este artículo todavía debe ser evaluado por pares científicos. Además está elaborado en base a datos de genomas de virus depositados en Los Álamos en forma voluntaria y por ahora no incluyó pacientes de China, lo que es un sesgo”.
¿Qué dicen esos expertos? “Observaron un cambio en cierta posición de la espícula S. La D (de D614G) se refiere al aminoácido aspártico, en tanto que la G refiere al aminoácido glicina. Habitualmente, en esa posición 614 se encontraba ácido aspártico, pero ahora ven in crescendo la frecuencia del aminoácido glicina”.
Qué efectos produce esa mutación, es casi un capítulo paralelo que incluye términos como “monómeros” y otros etcéteras. Pero dicho de modo simple, “este cambio podría hacer que la ‘llave’ estuviera más derecha, más expuesta y con más chances de tomar contacto con el receptor celular”.
Es decir, señaló el experto, “que le daría la virus un mayor fitness. Un mejor estado físico, lo que mejoraría su capacidad para replicarse. Por eso debemos seguir muy de cerca con vigilancia epidemiológica qué ocurre con esta variante del virus”.
Todo resulta abrumador. Más aun si a esta información se le suman las advertencias sobre nuevos virus que podrían hacer el “salto zoonótico” en el futuro. Pero vale la pena escuchar a Quarleri: “Prever y minimizar las chances de otra pandemia sí es posible”.
“Por ejemplo, hay un artículo que habla de las potencialidades de alguna influenza aviar de saltar a los mamíferos y con capacidades de promover daño, semejantes al virus influenza que en 1918 produjo 40 millones de muertes. En el título del artículo se puede ver qué habla de diferentes ‘números de camiseta’ para el equipo virus influenza: H1, H6, H7, H10 y H15”, apuntó.
“Es claro que en algún momento -cuya fecha es incierta-, esos virus podrían ganar capacidad en la transmisión interhumana”, dijo Quarleri, y concluyó: “Cuantas más personas se expongan a un virus foráneo presente en especies de las que estemos haciendo desequilibrio ecológico, más problemas podría haber. Entrometiéndonos y alterando en los ambientes que no nos corresponden, más nos seguimos exponiendo a eventos futuros y a nuevos episodios como el que estamos viviendo”.